martes, 27 de julio de 2010

Cómo Llegó Dios a Mi Vida



Sería sencillo responder la pregunta diciendo: “Sí, después de un período prolongado de intensas austeridades y meditaciones, y mientras estaba viviendo en el Swaragashram, cuando tuve la Darshan (visión divina) y las bendiciones de muchos Maharishis (grandes sabios), entonces se me presentó el Señor en la forma de Sri Krishna”.

Más esa no sería toda la verdad, ni siquiera una respuesta suficiente para una pregunta referida a Dios, quien es infinito, ilimitado y está más allá del alcance del lenguaje y de la mente humana.

El estado de Consciencia Cósmica no es un accidente, o una cuestión de suerte. Es la cima, a la que se accede por una senda espinosa, que tiene peldaños; peldaños resbaladizos. Los subí uno por uno, un camino duro; pero, en cada nivel, experimenté a Dios llegando a mi vida y levantándome con facilidad hasta el nuevo peldaño.

A mi padre le gustaban las ceremonias devocionales, en las que era muy regular. Para mi mente de niño, Dios era la imagen que él adoraba; y me encantaba ayudarlo en sus actos piadosos, llevándole flores y otros objetos devocionales. La profunda satisfacción interior que él y yo obteníamos de tal adoración, instauró en mi corazón una convicción fuerte, que Dios estaba en tales imágenes, que eran adoradas con reverencia por Sus devotos. Así fue como Dios llegó por primera vez a mi vida y como colocó mis pies en el primer peldaño de la escalera espiritual.

Ya crecido me gustaba la gimnasia y los ejercicios vigorosos. Aprendí esgrima de un instructor que pertenecía a una casta baja. Era un Harijan. Pude asistir a sus clases sólo durante unos pocos días, hasta que me hizo entender que no era propio –para alguien perteneciente a la casta Brahmín– ser el alumno de un intocable. Pensé profundamente sobre el tema. En determinado momento, sentí que el Dios al que adoraba en la imagen que había en el cuarto de oración de mi padre (la capilla familiar), había saltado hasta el corazón de este intocable. Lo consideré entonces mi Guru. Así que fui de inmediato a verlo con flores, dulces y ropas, le puse una guirnalda, coloqué flores a sus pies y me postré ante él. De este modo, Dios llegó a mi vida para quitar el velo de la distinción de las castas.

Poco tiempo después, pude apreciar cuan valioso había sido ese paso, pues estaba a punto de ingresar en la profesión médica y servir así a todos; pero si hubiera continuado con mi creencia en la distinción de castas, habría convertido ese servicio en una burla. Con esta bruma disipada por la luz de Dios, fue sencillo y natural para mí servir a todos. Me complacía profundamente todo tipo de servicio relacionado con la sanación y el alivio de la miseria humana. Si había una buena prescripción para la malaria, sentía que todo el mundo debía conocerla de inmediato. Estaba impaciente por adquirir y compartir con todos, cualquier conocimiento relativo a la prevención y cura de las enfermedades, y a la promoción de la salud.

Luego, en Malasia, Dios vino a mí en la forma del enfermo. Es difícil para mí seleccionar algún ejemplo, y quizás sea innecesario. El tiempo y el espacio son conceptos de la mente y no tienen ningún significado en Dios. Ahora, puedo volver la vista atrás y contemplar toda mi estancia en Malasia como si fuera un solo acontecimiento, en el que Dios vino a mí en la forma del enfermo y del que sufre. Las personas están enfermas, física y mentalmente. Para unos, la vida es una muerte permanente; y para otros, la muerte es mejor recibida que la vida; algunos incluso invitan a la muerte y se suicidan, incapaces de enfrentar la vida.

Dentro de mí creció la esperanza de que si Dios no había hecho este mundo sólo como un infierno, donde las personas malvadas eran arrojadas para sufrir, y que si (como sentía intuitivamente que debía ser) había algo más que esta miseria y esta existencia indefensa, entonces eso debía conocerse bien y experimentarse por todos.

Fue en este punto crucial de mi vida cuando Dios vino a mí como un monje mendicante que me dio mi primera lección de Vedanta. Se me hicieron evidentes los aspectos positivos de la vida aquí, y el propósito y objetivo verdadero de la vida humana. Esto me llevó desde Malasia hasta el Himalaya. Dios llegó a mí en la forma de un anhelo –que lo consumía todo– por experimentarlo a Él como el Ser de todo.

La meditación y el servicio vinieron con rapidez; y luego llegaron diversas experiencias espirituales. El cuerpo, la mente y el intelecto, como tales accesorios limitadores, se desvanecieron, y todo el universo brilló como Su Luz. En ese momento, Dios vino en la forma de esta Luz, en la que todo asumió una forma divina, y el dolor y el sufrimiento, que parecían afectar a todos, se me presentó como un espejismo, como la ilusión creada por la ignorancia, debido a los bajos apetitos sensuales que acechan dentro del hombre.

Un hito más debió superarse para saber que “todo es Brahmán”. A principios de 1950 –el 8 de Enero– el Señor llegó a mí en la forma de un agresor medio loco, que quiso matarme durante el Satsang nocturno del Ashram. Su intentó falló. Me incliné ante él, lo adore y lo envié a su hogar. El mal existe a fin de glorificar el bien. El mal es una apariencia superficial. Bajo tal velo, el Ser único brilla en todo.

Aquí debo mencionar un hecho notable. En esta evolución, nada de lo que se ganó previamente, se descarta por entero en ninguna etapa posterior. Lo anterior se combinó con lo siguiente, y el Yoga de Síntesis fue el fruto. Se me reveló que la adoración a las imágenes de Dios, el servicio a los enfermos, la práctica de la meditación, y el cultivo del amor cósmico que trasciende las barreras de casta, credo y religión, tienen su meta final en alcanzar el estado de Consciencia Cósmica. Este conocimiento tenía que compartirse inmediatamente. Todo esto tenía que transformarse en una parte integral de mi ser.

La misión se fue fortaleciendo y expandiendo. Fue en 1951 cuando emprendí una gira alrededor de toda la India. Entonces, Dios llegó a mí en Su Virat Swarupa, en la forma de multitudes de devotos ansiosos de escuchar los principios de la Vida Divina. En cada lugar sentí que Dios hablaba a través mío, y que Él Mismo, en Su forma cósmica, estaba extendido delante de mí como la multitud que me escuchaba. Él cantaba conmigo, oraba conmigo; Él hablaba y Él era también quien escuchaba. “Sarvam Khalvidam Brahma”, “Realmente todo es Brahman”. 
Swami Sivananda